La primera vez que vine a Pamplona era una niña, apenas contaba diez años. Veníamos de visita a ver ‘al tío de Pamplona’, uno de los hermanos de mi abuela que había salido de mi querida Asturias con 18 años. Era de esa generación de personas, que habían pasado hambre y necesidad, que había aprendido a buscarse la vida, de esas personas que querían crecer y aspiraba a tener una vida de calidad. Tanto me impactó esa visita, que años después me vine a estudiar y aquí sigo.
A mi tío le encantaba contar historias y teníamos largas tertulias en las que me hablaba sin cesar de sus amigos y de él, todos ellos empresarios. Personas que, como él decía, se habían hecho a sí mismas, la mayoría de ellas muy humildes, todas ellas honradas, con fuertes valores y con una capacidad de esfuerzo y sacrificio fuera de serie. Personas con propósito, que querían hacer del mundo un lugar mejor del que se encontraron.
Me quedaba obnubilada escuchándole y me llamaba poderosamente la atención la energía que transmitía y cómo le brillaban los ojos cada vez que hablaba de esas personas. Eran unos auténticos héroes, a la vez que responsables del gran desarrollo que tuvo nuestra comunidad en la segunda mitad del siglo XX. ¡¡Qué orgullo!!
Tal fue la energía y el impacto que sus charlas causaron en mí, que he dedicado mi trayectoria a apoyar el desarrollo del tejido empresarial. Se ha convertido en mi propósito y en mi pasión. Sin embargo, debo reconocer que los empresarios que me encuentro, especialmente en estos últimos años no se parecen mucho a aquellos de los que me hablaba mi tío. No se tienen por héroes, aunque para mí lo son. De hecho, muchos de ellos ni siquiera se sienten orgullosos de lo que han construido.
La sensación más generalizada es de presión, de asfixia. La excesiva burocracia, la presión fiscal y el entorno cada vez más complejo e incierto están haciendo mucha mella en ellos. Unido a la reducción de rentabilidad sostenida, que pone en riesgo la continuidad de muchas empresas.
Pero sin duda alguna lo que más daño hace es el discurso social. El mensaje cada vez más extendido, donde los empresarios han pasado de héroes y grandes generadores de riqueza para la sociedad a villanos. Donde parece que son el objetivo a batir y que, por eso de ser de una pasta especial, no se van a rendir nunca. Yo también pensaba que su espíritu era incansable, pero últimamente encuentro a muchos desmotivados, desilusionados, sin energía, sin ganas de construir ni de aportar, cuando precisamente ese es su elemento, su oxígeno. Si lo pierden, se acercan a su fin.
Esto tiene consecuencias. No es casualidad que, en los últimos años, el volumen de empresas navarras que se han vendido a grupos Multinacionales o Fondos de Inversión (que no siempre defienden el vínculo con esta tierra), así como las que se han cerrado entre otros motivos por falta de relevo, está creciendo de manera alarmante.
Las empresas son generadoras natas de riqueza. No hay más que mirar, de manera objetiva, al mundo para ver que los lugares con mejor nivel de vida son aquellos dónde existe un tejido empresarial sólido y estable. Donde se genera empleo privado de calidad y donde las personas quieren ir a vivir y trabajar. Lugares y regiones competitivas.
Creo que la situación actual es, cuando menos, inquietante. Si queremos seguir gozando del excelente nivel de vida que hay en Navarra debemos cuidarlo y protegerlo. Y es tarea de todos. Debemos crear las condiciones adecuadas para ayudar a las empresas existentes a afrontar los retos que tienen por delante como son, entre otros, el crecimiento y el relevo. Todo ello, sin añadir más cargas fiscales y administrativas, es más, estaría bien buscar formas de reducir la presión. También debemos potenciar a los referentes que tenemos, visibilizarlos, promocionarlos, que nos ayuden a educar y concienciar a las nuevas generaciones de la importancia que tiene el rol del empresario en una sociedad del bienestar, como la que tenemos la gran suerte de disfrutar.
De no hacerlo, mucho me temo que la inercia de años pasados y todo lo logrado no va a ser suficiente. Recuerdo con nostalgia y cariño, aquellas tertulias con mi tío, que se alargaban hasta bien entrada la noche, en las que me repetía una y otra vez, que lo complicado no era llegar, sino mantenerse. Ojo con no cuidar al empresario y la empresa, no sea que acaben desapareciendo, por desgracia para Navarra.
Publicado en Diario de Navarra
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